A la pregunta que Joaquín Galvañ Mas me formuló en marzo de 1965 sobre si podrían celebrarse en Crevillent fiestas de Moros y Cristianos, le contesté con otra pregunta: "Si se celebran en treinta y tantos pueblos de la región, ¿por qué no se van a poder celebrar aquí?". Y la contestación a ambas fue aquel desfile inaugural que tuvo un éxito superior al previsto y que resultó como la semilla caída en tierra fértil.
Al año siguiente aparecieron las dos primeras comparsas -Beduinos y Almogávares-, se construyó el castillo, se programaron dos días de festejos y se montó el primer simulacro de batalla. A falta de texto, facilité el libreto de las Embajadas de Alcoy y los futuros embajadores -José Antonio Aznar Navarro y Manuel Martínez Montoya- escogieron los párrafos ya adaptaron las ideas, hilvanando la única Embajada que han venido protagonizando desde entonces.
Desde un principio me ilusionó escribir unas Embajadas propias para Crevillent, aunque los tiempos no eran propicios mientras no se consolidara el montaje y estructura de los festejos. El programa del primer día quedó fraguado a los pocos años pero el del segundo estaba cojo, incompleto, semihueco. Las diversas tentativas para llenarlo (guerrillas, turnos de guardia en el castillo, ofrenda floral) no alcanzaron su objetivo, y la solución lógica que brindé (disparar más y celebrar dos Embajadas y dos batallas cayó en el vacío porque al crevillentino le gusta poco la pólvora, según me dijeron en plan de excusa.
Paralelamente, Gaspar Lledó Martínez y Antonio Guilabert Roca me hablaron de la existencia de un arráez de Crevillent que estuvo preso y que su hijo se entrevistó con el Rey Jaime I el Conquistador; incluso me presentaron un guión que podía servir como base para desarrollar una Embajada o una obra de teatro, pero ante mis indagaciones sobre las fuentes y datos complementarios que avalasen el hecho no encontré respuesta satisfactoria. Si alguna vez abordara la composición de unas Embajadas debía ser sobre un hecho histórico propio, o siguiendo el contexto y paradigma generales -conquista y reconquista- de la mayoría de las Embajadas de otras poblaciones, pero no basándome exclusivamente en un suceso hipotético.
Pasaron los años y la realidad se fue abriendo paso inexorablemente. Las fiestas crevillentinas se habían consolidado bastante, la vacuidad e inconsistencia del segundo día había calado y desasosegado a muchos festeros y directivos, y las pruebas documentales llegaron a mis manos. Me dieron fotocopias del artículo "Breves apuntes sobre la historia de Crevillente", de D. Anselmo Mas Espinosa, publicado en la primera revista de Semana Santa, en 1925, y unas páginas de un libro roto que, parece ser, corresponden a la obra "Alicante bajo los Reyes de Castilla", de D. Francisco Figueras Pacheco; ambos autores hablan del arráez pero sin citar las fuentes. Por aquellos días adquirí el libro "Les Quatre grans cròniques" y en el apartado 422 de la de Jaime I encontré la noticia original del asunto del ra´is. Ahora sí que había seguridad para el fundamento histórico.
Tales circunstancias me decidieron a poner manos a la obra y seguí buscando información. D. José Mª Soler García, cronista de la ciudad de Villena, me prestó una separata con el extenso artículo "Un seigneur musulman dans l´Espagne chretienne: le "ra´is" de Crevillente (1243-1318)", del historiador francés Pierre Guichard; artículo que, por tratar primordialmente sucesos acaecidos después de 1265 -en función de la documentación encontrada-, no aportaba datos ni personajes nuevos para mi propósito pero sí detalles ambientales y circunstancias de aquella época, y que se podían aprovechar. Proyecté un esquema y me puse al habla con algunos miembros de la comisión recién creada en aquellos días por la Junta Directiva de la Asociación con el fin de estudiar y modificar la estructura del día de la batalla, que a nadie satisfacía.
Y así fue programada y puesta en práctica la nueva contextura, distinta y completa, para vitalizar el segundo día, al cumplirse el décimo aniversario de las fiestas crevillentinas. Hubo muchos fallos y despistes, como era lógico y natural, pero en líneas generales el argumento, los personajes y el entramado merecieron la aprobación mayoritaria de festeros y público. Había sustancia suficiente y sólo faltaba revestirla con las formas adecuadas del metro, la rima y la estrofa.