Compuestas las Embajadas, y tras el visto bueno de la Junta Directiva de la Asociación, se escenificaron por vez primera el lunes día de octubre de 1976, con buenos resultados en líneas generales.
Pese a la novedad del texto y a los inconvenientes de todo estreno, la declamación fue excelente, no sólo por parte del veterano Manuel Martínez Montoya sino también por el novel embajador Manuel Adsuar Candela, quien demostró sus grandes cualidades de actor y lo pintiparado que le viene el papel. La escenografía resultó buena, ubicándose el castillo en la plaza de los Mártires, como de costumbre, la palestra en la plaza de Chapí, y el campamento en el paseo del Calvario con el montaje de una tienda de campaña, sobria y funcional, que lo simbolizaba adecuadamente.
Pero el movimiento de masas dejó muy mucho que desear. Las batallas de arcabucería fueron breves y parcas; la lucha al arma blanca, embarullada; y el desplazamiento de los festeros, tardío y anárquico. Y todo ello, fruto no sólo del natural e inevitable despiste ante el nuevo tinglado, sino también por la carencia de un verdadero director de escena con autoridad, que resultará imprescindible durante algunos años hasta que cada cual aprenda cómo y cuándo debe actuar.
Tales fueron las virtudes y defectos del estreno de las Embajadas y, como es lógico, pueden incrementarse aquéllas y eliminarse éstos en futuras representaciones, si se estudian y cuidan los detalles y si se pone interés y voluntad en el empeño. La aceptación definitiva de las Embajadas por la Junta Directiva de la Asociación tuvo lugar en la sesión celebrada el 6 de junio de 1977.