No conozco todas las Embajadas que utilizan las diversas poblaciones en sus fiestas de Moros y Cristianos, pero la mayoría de las oídas y leídas están cortadas por un mismo patrón, con influencias evidentes de unas a otras e incluso plagios textuales y hasta adopciones de estrofas completas prescindiendo de su carácter literario, bajo el punto de vista histórico dejan mucho que desear, porque reflejan las ideas triunfalistas de la época decimonónica en que fueron escritas, evocan pasajes y personajes de la historia general de España, y repiten anacronismos, vaguedades y tópicos. Cristianos y moros se identifican como buenos y malos respectivamente, se esmaltan con denostaciones y epítetos peyorativos, y los moros pierden siempre la partida tras la doble confrontación de conquista y reconquista.
Todas estas anomalías, que la óptica actual pone mayormente de relieve, se explican y hasta se justifican teniendo en cuenta las razones y circunstancias concurrentes a lo largo del siglo XIX cuando nacieron los festejos de muchas poblaciones y se consolidaron Cristianos -como todas las fiestas en general- son eminentemente populares y, por ende, mucho más cordiales que cerebrales; nacieron y crecieron a impulsos de la ilusión y de espaldas a la erudición, y así deben continuar para mantener sus esencias. Pero ello no obsta para que algunos aspectos se cuiden los detalles, se eliminen anacronismos y se añadan elementos idóneos para la concordancia con la época a rememorar y siempre que todo ello no vaya en detrimento de su vitalidad popular.
Sin embargo la historia evoluciona; mejor dicho, mientras los sucesos históricos son como fueron y no hay quien los pueda cambiar, varía la forma de presentarlos, interpretarlos y valorarlos, según los diversos factores psicológicos y circunstancias culturales que confluyen en cada historiador y en cada época. La preponderancia narrativa de antaño ha dado paso actualmente a una visión de la historia más concisa, objetiva y documentada, que obliga con frecuencia a revisar conceptos y modificar juicios vigentes con anterioridad. La Reconquista fue una larga y porfiada lucha entre dos ideologías, dos religiones, dos culturas y dos mentalidades, que ha condicionado la formación del carácter español y que explica algunas diferencias entre la España moderna y otras naciones del occidente europeo. Pero no fue una lucha constante ni excluyente y hubo períodos de paces y treguas, de intercambios y de influencias mutuas; hubo moros buenos y cristianos malos, y ambos pueblos rivalizaron en heroicidades y en traiciones, en noblezas y en bellaquerías.
Por otra parte, las fiestas de Moros y Cristianos no son, ni tienen por qué ser, páginas arrancadas a la historia del siglo XIII, porque su finalidad es otra y los medios que utilizan muy diferentes. Pero al pretender evocar unos hechos medievales, más o menos históricos o legendarios, debe procurarse que los elementos esenciales constitutivos -como es el caso de unas Embajadas- concuerden lo más posible con la época que se rememora; con cierta dosis de tolerancia pero con un mínimo de exigencia para eliminar los factores heterogéneos que desentonan.
Consecuente con las premisas anteriores, he compuesto unas Embajadas que se apartan de los cánones clásicos, que difieren bastante de las otras al uso en tantos pueblos de la región, y que posiblemente sean las primeras que se escriben pensando más en la historia que en la literatura; todo lo cual es fácil de observar si se analizan brevemente los planos o facetas de fondo, forma, contexto, texto y personajes.